Poesía

Poe: la luz de las tinieblas

Jacques Sagot

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“Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo, un honesto deseo de futuro”.

Edgar Allan Poe

¿De dónde viene Poe?

¡Qué actuales, qué vigentes, qué próximas a nuestros corazones son la figura y la obra de Edgar Allan Poe! ¡Qué nuestro sigue siendo este espeleólogo del alma humana, explorador de las oscuras cavernas subconscientes! Crítico literario, periodista, ajedrecista y distinguido jugador de damas españolas… y me reservo para el final lo mejor: cuentista, novelista y poeta infinito. Vamos a rendirle en esta página un homenaje -necesariamente limitado- no ligado a ninguna efeméride de su vida, sino simplemente porque se lo merece, se lo merecerá siempre.

Poe es sufragáneo de la novela gótica inglesa, americana, alemana y, por supuesto, romántica (pasó un lustro de su infancia en Inglaterra): Walpole, Hawthorne, E.T.A. Hoffmann, Keats, Walter Scott, Mary Shelley (la autora de Frankenstein), Lord Byron, Glanvill… y por ahí hasta uno que otro trazo de Bocaccio y Chaucer. Los absorbió, los leyó con pasión, escribió sobre ellos, y no ocultó nunca la influencia que sobre él ejercieron. Así pues, el temprano romanticismo alemán e inglés, y los volúmenes de cuentos hijos de la gran pandemia de peste bubónica que entre 1343 y 1353 mató a un tercio de la población en todo del mundo a la sazón conocido. Me refiero al Decamerón de Bocaccio, y los Cuentos de Canterbury de Chaucer.

¿Adónde nos lleva?

A todo escritor que le sucediera: la novela gótica victoriana (Otra vuelta de tuerca, de Jammes); la novela detectivesca de Conan Doyle y Georges Simenon; la ciencia ficción de Julio Verne, Arthur C. Clarke y Ray Bradbury; la narrativa del boom latinoamericano (Poe está presente en todo Cortázar -quien tradujo sus cuentos completos- y en Borges); en Franz Kafka, Dostoievski, Thomas Mann, Debussy (quien hizo una ópera hoy en día casi olvidada sobre La caída de la Casa Usher); Rachmaninoff (autor de una obra coral basada en el poema Las campanas); las mil adaptaciones cinematográficas de que sus obras han sido objeto (en particular las películas de Roger Corman, una de ellas –La caída de la Casa Usher– siendo una pequeña obra maestra), así como de la serie española Historias para no dormir, por mencionar tan solo algunos ejemplos. Y dejo para el final la más grande progenitura de todas: los poetas malditos (Baudelaire, Verlaine y Mallarmé) de la generación simbolista francesa. Añadamos a Bram Stoker con su Drácula, producto de los cuentos poeianos directamente vinculados con el tema de la vida en la muerte. Mencionemos también a Robert Louis Stevenson (Dr Jekyll y Mr Hyde), Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray) y H. G. Wells (La isla del doctor Moreau). Precursor de la hipnosis y el psicoanálisis. Y en Latinoamérica, el uruguayo Horacio Quiroga es tributario confeso de la estética poeiana, una especie de Edgar Allan Poe de la selva umbría en la provincia de Misiones, Argentina. Poe fue el primer escritor americano que renunció a los mecenazgos e intentó vivir exclusivamente de su obra… Cayó en el intento, pero como bien dice Borges: “Hay derrotas infinitamente más dignas que la victoria”.

El tenebroso, el viudo, el hipersensible

Poe nació en Boston en 1809 y murió en Baltimore en 1849 (¡apenas cuarenta años de edad!). Perdió a temprana edad a su padre y madre. La madre (cuya inasible reminiscencia subconsciente no logrará nunca reconstruir), lo “dejó” cuando el niño contaba apenas dos años. Esa edad de la que no se recuerda nada –¿o será que los recuerdos habitan el subsuelo de la conciencia?–. Por ahí anduvo siempre la imagen de la madre, ¡tan cercana, casi al alcance de la mano, y al mismo tiempo tan lejana! Como el Rosebud de Citizen Kane: mundo pequeñito, cerrado, cercano, ¡pero inaccesible!

Fue recogido –porque nunca adoptado legalmente– por la familia de John y Frances Allan, de Virginia. Su imaginación se alimenta de los relatos de terror que los negros, en las plantaciones de algodón, improvisan durante las noches de luna llena. Se malquista con los Allan, que lo desheredan y ponen de patitas en la calle. Se enamora perdidamente –¿o “encontradamente”?– de Virginia Clemm, su prima, con la cual se casa cuando esta tiene apenas trece años. La esposa de su alma muere de tuberculosis dos años más tarde. La herida no cicatrizará nunca. Es la segunda mujer que lo “abandona”. Desde entonces la mujer se confundirá para siempre con la muerte en la imaginación de Poe. Llanto infinito por la mujer perdida (Annabel Lee, Helen, Ulalume, Morella, Berenice, Ligeia, Leonore, Madeline Usher). Diversas y sin embargo la misma, multiformes apariciones de la madre que pervive aún y siempre entre los resquicios del recuerdo y el olvido.

Se gana la vida escribiendo artículos literarios en revistuchas y periodicuchos que no lo merecen. No logra nunca cristalizar su proyecto de fundar un periódico propio (The Stylus). El alcohol, el alcohol, el alcohol, ocasionalmente el opio. Surge en 1829 su primer libro: Tamerlán y otros poemas, luego Cuentos de los arabesco y lo grotesco, Arthur Gordon Pym (relato al que Julio Verne daría continuación en su conmovedora novela La esfinge de los hielos). La causticidad de la pluma crítica de Poe no contribuye ciertamente a crearle nuevos amigos. Soledad y anhelo infinito de ternura. No pasa un día sin que llore y anhele a su perdida esposa Virginia. Es un duelo eterno e inmitigable… salvo por medio del opio y el alcohol.

En octubre de 1849 alguien encuentra en una sórdida taberna de Baltimore a un hombre en harapos, sucio, moribundo. En el hospital se determinada, después de larga pesquisa, su identidad: Edgar Allan Poe. Agoniza en pleno coma alcohólico durante dos semanas. “Padre, ten piedad de este pobre miserable” –dice en un último intervalo de lucidez–. Presumiblemente, los “pescadores de votos” lo habrían embriagado para hacerlo votar por el candidato de su preferencia, práctica no infrecuente durante las elecciones locales de aquellos tiempos. Su tumba es visitada todos los años por un desconocido que deja sobre la lápida una botella de cognac y un ramo de rosas rojas. Su cuento postrero: su propia leyenda.

Edgar Allan Poe

Poe y Francia

Poe fue siempre un hombre errante. Lo propio de los seres descontentos con ellos mismos, que asumen que “en otro lado la vida será quizás mejor”. Boston, Londres, Filadelfia, Nueva York, Baltimore… pero una cosa es segura: nunca estuvo en Francia. Y sin embargo, su más famoso personaje es francés: el detective Auguste Dupin. Sin él el riguroso método deductivo –y aun la personalidad– de Sherlock Holmes serían inconcebibles. Dupin, sofisticado, lacónico, razonador impecable, aparece en tres reatos: El misterio de Marie Roget, Los crímenes de la calle Morgue y el mejor de ellos: La carta robada. Celebraciones del raciocino puro. A través del analítico Dupin (como a través del ajedrez, las damas españolas, la criptografía, la cosmología y el mesmerismo), Poe intenta proyectar algo de luz sobre un mundo interno que sabe caótico, oscuro, larval. Invocar la razón deductiva tiene en él un origen existencial, y no es una mera innovación temática. Era su desesperada manera de poner algo de orden en ese sótano psíquico habitado por endriagos y súcubos del averno.

El Cuervo

Baudelaire amó tanto a Poe que en algún momento sostuvo ser su reencarnación, su Döppelganger. Poe y Baudelaire escribieron ambos bajo la misma latitud espiritual. El poeta francés es autor de la primera traducción del obsesionante poema El cuervo… y fracasó. Otro tanto le pasó a Mallarmé. Y ello nos lleva al viejo tema de la intraducibilidad de la poesía. El cavernoso, retumbante estribillo de El cuervo (“quoth de Raven Nevermore”) no tiene equivalente posible ni en francés ni en español (a pesar de la espléndida traducción de Pérez Bonalde). Baudelaire y Mallarmé se devanaron sus poéticos sesos tratando de encontrar un equivalente francés de la palabra Nevermore. Tenía que evocar la misma sonoridad oscura, contundente. ¡Y lo mejor que pudieron encontrar fue “jamais plus”! Así como suena: inadecuadamente grácil y casi melifluo. No es culpa de ellos: en rigor, El cuervo es un poema intraducible, un poema escrito antonomásicamente para la lengua inglesa. El Cuervo es la fuente seminal de la cual brotará todo el simbolismo poético francés. Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé (y por consiguiente también Darío) son su progenie directa.

Gracias, maestro

Poe es recordado por haber tenido la valentía de decir lo indecible, por haber dado forma literaria –y a ayudarnos así a domeñarlos– a nuestros más terribles fantasmas. ¡Alguien tenía que hacerlo, y ciertamente nadie antes de él lo había hecho tan plenamente! El mundo le teme y lo ama al mismo tiempo: no nos gustan los temas que trata… porque son los temas sin voz, los terrores reprimidos, la angustia de morir. Su obra no es un elogio a la muerte: es un valiente acto de exorcismo. Si hay un sentimiento antropológicamente definitorio del ser humano este es el terror. Poe le da voz a lo informulable, a eso que Freud llamaba “unheimlich”. Le da voz a todas esas larvas subconscientes que pueblan nuestras pesadillas. Poe descubre que el miedo es uno de los elementos constitutivos y estructurales del alma humana. Es preciso pactar con él, no tiene caso suprimirlo (con lo cual gana en fuerza y poder de devastación). Gracias, maestro, por habernos ayudado a entender mejor nuestra faz en sombra, la cara oscura de la luna.