A medida que observo el comportamiento de la gente a mi alrededor, entiendo que la lucha contra
la violencia hacia la mujer es algo personal para mí y ya no por recuerdos del pasado, donde se
veía como normal que al ser el hombre el único proveedor y la mujer estuviera en la casa a cargo
de las labores del hogar y el cuidado de sus hijos, tenía derecho a ser violento en el hogar, llegar
alcoholizado e incluso ser infiel, sino por las situaciones de violencia que de forma cotidiana
atravesamos muchas mujeres.
Pese a estar en pleno siglo XXI y vivir en un mundo globalizado, sigue siendo difícil que se
entienda la necesidad de dar la lucha contra la agresión en el trabajo, pues cuando cualquier
mujer levanta la voz, enseguida la acusan de problemática, de que todo le incomoda y que la
naturaleza de su género la hace demasiado sensible. Se minimiza de esa forma, las situaciones
de agresión que enfrentamos y quieren hacernos creer que, el respeto a los derechos humanos
es un asunto de sensibilidad de género y no de legalidad.
Como muchas otras mujeres, a través de los años he tenido que enfrentar diferentes situaciones
de agresión laboral. Una de ellas, quizá la que significó un parteaguas en mi vida, fue alrededor
del año 2009, en mi primer trabajo como empleada pública. Uno de los choferes se cruzó
conmigo en un pasillo y con su brazo golpeó fuerte mi brazo. Si bien él se dio cuenta de lo
sucedido, siguió directo y no se disculpó. Luego me enteré de que varias compañeras de trabajo
habían pasado por una situación similar.
Siendo que este comportamiento no fue accidental ni fue un hecho aislado, me pareció correcto
interponer la queja ante la directora del área donde trabajaba esta persona, no obstante, en lugar
de apoyo, recibí una amenaza sutil. La autoridad en cuestión consideró que quejarse de agresión
representaba un comportamiento problemático y me hizo saber que, las personas que no
teníamos la plaza en propiedad corríamos el riesgo de no ser tomados en cuenta para una plaza
en propiedad por tener un comportamiento problemático. Adicionalmente, esta autoridad, me
indicó que lo que se esperaba de mí y de cualquier otra mujer, era que guardáramos silencio.
Con el pasar del tiempo, estando ya en propiedad, me trasladé a otra institución estatal y como
dicen que cuando no ha terminado de aprender la lección, ésta se repite, nuevamente recibí
agresiones, esta vez fueron verbales. La entonces máxima autoridad administrativa, que también
era mi jefe inmediato, de un momento a otro comenzó a gritarme por cualquier cosa que se le
ocurriera. Se hizo costumbre que cada vez que él me llamaba a su oficina, era para alzarme la
voz, usando como excusa un error material en algún documento o las quejas de alguien a quien
yo evidencié por no cumplir a tiempo determinados compromiso, llegando al punto de un día de
amenazarme con despedirme, sin seguir el debido proceso.
Por cosas de mi trabajo yo tenía conocimiento de que existía el Centro de Información y
Orientación (CIO), del Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU) y decidí que ya era tiempo de
buscar ayuda profesional. Para ese momento yo ya tenía claro que estaba ante una nueva
situación de agresión, esta vez era maltrato psicológico.
La ayuda profesional que me proporcionaron en el CIO del INAMU, me permitió adquirir
habilidades emocionales para evitar que las situaciones de agresión continuaran y a detectar
formas más sutiles, como la agresión emocional, donde las personas te intentan humillar,
descalifican tus opiniones e intentar menoscabar tu autoestima.
Pasados unos meses, en el trabajo me trasladaron a otra unidad y empecé a recibir agresión
emocional de forma más sutil, sin embargo, logré detenerla a tiempo y cambiar mi forma de
enfrentar otros intentos de agresión que se presentaron posteriormente, no sólo en el trabajo,
sino también a nivel personal.
Vivir una vida plena, libre de cualquier forma de agresión, es y será para mí un asunto personal.
La no agresión contra las mujeres es un derecho humano, es el derecho a vivir con dignidad e impedir que nos agredan física, verbal o emocionalmente. Defender nuestros derechos es parte
de ser mujer y no morir en el intento.