Hablar de música y arte rupturista, desenfreno y transgresión en todo sentido es remitirnos sin duda a una enigmática mujer, señalada de sacrílega, satánica y bruja… Reverenciada por muchos, incomprendida por otros y repudiada por algunos:  DIAMANDA GALÁS. A la par del nacimiento del punk rock en EEUU, Diamanda hizo lo propio desde una impía perspectiva, que aunque más cercana a lo clásico y operático fue tan o más abrasiva que el propio punk y toda su rabia nihilista.

Definirla es imposible, porque lo que Diamanda hace dista de cualquier paradigma artístico. Euforia y oscuridad, descarnadamente teatral y vivencialmente extrema. De casta griega ortodoxa, nacida en EEUU, Diamanda parece llegada del mismísimo inframundo para patearnos la consciencia. «Los traumas son reverberaciones en la mente», cuenta. «Los traumas me han enseñado todo lo que sé del mundo».

Diamanda es un espíritu tempestuoso, irredento, gesticula con el cuerpo y escupe pestes en castellano e inglés. Dice tener una misión, decir lo que nadie dice. Nada es casual en la obra de Galás. Indaga en la memoria personal y colectiva, otorga su voz, su grito, su lamento a los oprimidos, olvidados y repudiados. Reescribe fragmentos de la historia universal en una cruzada contra los prejuicios sociales. . «La voz es un instrumento de tortura», asegura. «Hay cosas que la gente no quiere escuchar… es bueno que se molesten». Hace más de cuatro décadas de haberse convertido en la dama lúgubre más angustiosa, la más terrible, Galás sigue empeñada en acercarse al borde del abismo para convertir el horror, lo más abyecto de la humanidad, en un arte singular.

. «A quienes me preguntan –¿Cómo te sientes en el escenario?–, les respondo: Me siento una mujer, un hombre, un negro, una lesbiana, un homosexual, una bruja, una serpiente, un vampiro, ¡todo! ».

Diamanda Galás es un infierno artístico, su estremecedora voz está en el rango de las tres y media octavas y posee una necesidad de turbar a cualquiera. Su reputación la precede, la sola mención de su nombre inquieta y basta para vaticinar lo que sucederá en cada una de sus presentaciones. Es casi imposible describir su obra: gruñidos guturales y palabras en múltiples lenguas, quejío gótico, ópera y cantos funerarios, gritos desgarradores y ecos electroacústicos. No es una sola voz, son distintos estados mentales que fluyen en lo que ella llama  «la voz intravenal! ». De lo simbolista a lo dadaísta, de la forma a la antiforma, de la metáfora al metónimo, del propósito al juego, del autismo a la esquizofrenia. Diamanda nos vapulea, nos avasalla… Es una herida abierta, una otredad mortífera, abrumadora.

«Trabajo intuitiva e intelectualmente. Estoy influenciada por el Schrei del expresionismo alemán y el Teatro de la crueldad de Antonin Artaud, pero por crueldad no se debe entender sadismo, sino un doloroso rigor, una perforación obligada en el globo ocular para percibir el horror de lo que no se desea ver». Es la naturaleza original de la voz femenina, que ha sido el instrumento político y el vehículo para la transmisión del conocimiento oculto o del poder ya desde la Antigua Grecia, y que desde siempre ha estado vinculada a las brujas y a la experiencia trascendental.

«A quienes me preguntan –¿Cómo te sientes en el escenario?–, les respondo: Me siento una mujer, un hombre, un negro, una lesbiana, un homosexual, una bruja, una serpiente, un vampiro, ¡todo! ».

Absolutamente ajena a todo lo que huela a cultura pop, en 1990, la recalcitrante Diamanda Galás apareció desnuda y cubierta de sangre en una iglesia neoyorquina donde interpretó Plague Mass, su crítica y desgarradora visión del sida y de cómo la sociedad trataba a enfermos como su hermano, que acababa de fallecer. Y es que Diamanda ha utilizado la música para expresar todo el cúmulo de emociones de una vida compleja y en la que la preocupación social y política es constante. «Mi padre me obligó a estudiar neurobiología y yo me sometí a experimentos de la CIA, como conejo de Indias, en laboratorios donde nos inyectábamos mierdas horribles. Eso deja efectos secundarios. Así que tienes que asumir que alguien como yo, que además me chuté heroína y tuve hepatitis C, tiene unos cuantos problemas mentales. Por eso simpatizo con la gente con problemas. Y eso no me impide hacer buena música. Nadie innova de forma voluntaria. En mi caso es el producto de venir de otras disciplinas y de la evolución de tradiciones diferentes. Y a todos los que no creyeron en mí, hoy puedo darme el gusto de meterles un puño por el culo»..

Negada a las maneras de la cultura de masas, Galás deja claro su postura sin subterfugios ni pretensiones de agradar: «Simplemente no hay dinero para las artes. O, debo decir, no hay dinero para este arte. Hay dinero si quieres hacer algo realmente estúpido, para eso sí hay dinero. Asegúrate de que sea realmente estúpido, y que suene estúpido e inmediatamente llamará la atención de cientos de personas y no hará a nadie miserable y simplemente está bien y está de moda, etc… y alguien pagará por eso. Pero eso jamás me ha interesado. Nunca me ha interesado complacer gente de la manera tradicional»..

Diamanda estuvo muy influenciada por su padre, gran músico que solía tocar con ella, principalmente música árabe y griega. Aunque fue su madre la que la alentó a cantar. Galás además estudió jazz y música clásica desde muy joven. En 1974, se inició como cantante con un grupo de travestis que actuaban en las calles de Oakland. Pero es ya en 1975 cuando comienza a explorar su peculiar estilo de canto en los sanatorios y hospitales para enfermos mentales de San Diego. Fue allí donde desarrollaría su técnica vocal que rompe con las normas preestablecidas de la música, utilizando la voz como respuesta visceral del cuerpo y expresión anímica por excelencia. A finales de los 70 comenzó a tocar con diversos músicos de jazz y es en 1979 cuando ofrece su primera actuación en Festival d’Avignon. En 1982 publica su primer álbum, The Litanies of Satan, con el que logra cierto reconocimiento internacional, aunque es el disco Plague Mass el que logra hacer más ruido por sus controvertidas letras contra la Iglesia. «Cuando la gente me pregunta acerca de usar mi voz de una manera diferente o por qué no canto canciones felices o hago música más accesible, siempre tengo que responderles, ¿ya no tenemos suficiente de eso en el mundo? ».. Diamanda, es el arte necesario, rompedor, impúdico, siempre al margen, siempre fuera de lugar… –Peter Pál Pelbart escribió sobre el derecho de desertar de la sociabilidad envenenada–, desocupar el lugar común… renunciar al mundo… no pertenecerle… De eso se trata el arte y la vida también; emancipación… liberación.

«La muerte me obsesiona, siempre, sin descanso. No sé por qué soy así, pero por desgracia no puedo dejar de pensar en ella. Me afecta la fragilidad de la vida de los demás. Podría intentar evitar esos pensamientos, pero es imposible. Sólo puedo confrontarlos, sólo puedo vivir si me enfrento a la muerte cada día».

Sus registros vocales suelen causar terror, estupefacción; una demencial desgarradura subyace en ellos. Sus temas, el sida, la muerte, el asesinato, la tortura y el sufrimiento, mezclados con poesía maldita, referencias bíblicas y negras profecías. Y sin embargo, las ideas que propone con todo ello son por lo general, altruístas: la defensa de los débiles y marginados. «Yo me libero con cada actuación, disfruto haciéndolo», asegura. «Hay gente que lo compara con una catarsis, pero es más que eso. Es arrojar fuera toda la energía que acumulas en tu interior para continuar respirando. Es muy saludable», dice riendo. «Es algo que los cantantes siempre han sabido, que alivia la depresión y la tendencia a quedarse catatónicos, y los vuelve a la vida».

Lleva tatuados en los dedos de la mano cuatro palabras y un símbolo: We are all HIV,+ (Todos somos seropositivos). Una declaración de principios que, aun en esa forma silenciosa, le ha causado varios disgustos con personas intolerantes. «Me tatué eso hace varios años junto a otras mujeres de Brooklyn, un grupo llamado las Hermanas Brujas. Galás vive a carne viva su afrenta contra la discriminación que sufren los enfermos de sida y otros males contagiosos. «Compuse una trilogía sobre el tema, Masque of the Red Death, editada a finales de los ochenta, cuya relevancia se puso recientemente de manifiesto. En 2001 contraje hepatitis C y, en plena gira, me sometí a un durísimo tratamiento de quimioterapia. La discriminación que sufrí es increíble. Hombres, muertos de pánico, no querían acercarse ni a varios metros. Me reía de ellos y les decía: qué porquería más típica son». Con su familia también tuvo sus luchas. En la mentalidad ortodoxa de su padre, un músico de profesión, se prohíbe cantar a las mujeres. Diamanda Galás se rebeló a eso y más.

Un malditismo espeluznante en defensa de nobles causas. Se le ha considerado satánica, a lo que ella responde: «Satán, en el Antiguo Testamento, significa enemigo», explica. «Siempre estuvo en la posición de exponer la debilidad de Dios, exponer la debilidad de la ley Divina. El Levítico, del Antiguo Testamento, es un libro de leyes que condena la homosexualidad, que dicta la segregación social de las mujeres durante la menstruación, que las considera impuras; separa lo limpio de lo sucio. La posición que yo adopto es la del mal para mucha gente, y no me importa que lo piensen. Porque sigue siendo una posición de poder y eso me interesa. La mía es una posición moral (…) Uso el Antiguo Testamento como una geografía de la mentalidad de la plaga. Lo uso para mostrar la posición arquetípica de los legisladores que han instaurado una sensación de rechazo ante la plaga, lo que significa separar lo puro de lo impuro. Una posición cobarde que margina a gente débil e indefensa».

«Sono la sanzione

Sono il sacrificio

Sono il Ragno Nero.

Sono il scherno

Sono la Santa Sede

Sono le feci dal Signore.

 

Sono lo segno

Sono la petilenza

Sono il Antichristo.

 

(Yo soy la sanción

Yo soy el sacrificio

Yo soy la Araña Negra.

 

Yo soy el burlador

Yo soy la santa sede

Yo soy las heces del Señor.

 

Yo soy el signo

Yo soy la pestilencia

Yo soy el Anticristo).

 

Sono L’Antichristo / Diamanda Galás / Álbum “Plague Mass”  (1991)

 

 

 

 

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